Moldear la vida, es hundir las manos en la arcilla, sin un boceto previo, cuando se hace con ingenuidad, por el sólo placer de disfrutar con lo que se está haciendo.
Luego, cuando ya comprendemos viene la forma, el querer traducir en hechos lo que nuestro corazón plasma en el cerebro.
Y mientras tanto se es libre de dejar impresas las huellas digitales en ese barro al que lo alisamos, lo amasamos y le damos ese matiz tan personal.
Gretel disfrutó desde el ir a buscar la arcilla, los óxidos, el ensuciarse las manos, la ropa, la cara.
Y reírse cuando veía que su nariz tenía arcilla.
Sentimiento y materia entrelazados en una caricia del alma. Y cuando la obra estaba terminada, darla…
Eso le otorgó el brillo que nos hacía a todos disfrutar y que hoy nos otorga la tibieza de esa tierra amasada con sus manos.
¿Vemos la obra?..vamos…